jueves, 15 de marzo de 2012

SÓLO DEBEMOS ABRIR LOS OJOS



Betzalel, un dedicado jasid del Tzemaj Tzedek, llegó cierta vez a una posada y al entrar percibió a un joven durmiendo junto a la estufa. "Es un pastor. Parte muy temprano a la mañana y regresa de noche, come un poco y luego se va a dormir allí, cerca de la estufa. Es un joven honesto, pero no sabe nada de judaísmo", le explicó el posadero. Betzalel intentó entablar una conversación con el joven pastor, pero fue en vano; el muchacho no estaba interesado en hablar. 

Al volver a la posada al año siguiente, el posadero se acercó de inmediato a Betzalel. Cuando le preguntó si quería oír una historia interesante sobre el joven pastor, cabeceó afirmativamente. "Decidí seguir al muchacho y ver cómo pasaba su día; quería averiguar cuán fiable era. Me oculté, sin ser detectado, detrás de algunas matas cercanas, y fui testigo de una recitación de Salmos con tanto sentimiento y fervor, que instantáneamente reconocí que éste no era el simple campesino que fingía ser, sino alguien que estaba ocultando su inmensa grandeza. No conté a nadie mi descubrimiento, ni siquiera al muchacho.

Un día después de este incidente, diez soldados vinieron de la ciudad cercana para reclutar al joven en el ejército. Hice lo imposible por convencer a los soldados de que regresaran después de ese Shabat, pensando que quizá pudiera traer a algunas de las personas influyentes de la comunidad judía para presionar a la jerarquía militar local. Los soldados se negaron de plano a escucharme, y me sentí sumamente trastornado todo el Shabat por este episodio. Inmediatamente después de la havdalá corrí a las autoridades militares, donde, muy extrañamente, ¡me dijeron que nunca habían enviado a buscarlo! No sabían nada de toda la cuestión. Desde entonces no he visto ni recibido noticias del joven pastor". 

Cuando Betzalel oyó esto se puso a llorar desconsoladamente: "Nuestros ojos son tan burdos y toscos que no ven ni perciben nada". "El momento de vuestra Redención ha llegado", dijo el Rebe. Su vaticinio es más perfecto que nuestra vista. Confiamos en su profecía. Sólo falta que nosotros abramos los ojos. En la Entrega de la Torá los ciegos fueron milagrosamente curados. En el momento de la Redención Final, con la nueva revelación de Torá de ese sublime momento, también nosotros veremos milagrosamente. Entonces nos daremos cuenta entonces que hay más cosas que lo que el ojo ve.

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